
Pensar el camino no es andar el camino, lo mismo que cantar un mantra no es iluminarse, por muy bien que lo hayamos cantado. La práctica de determinadas técnicas ancestrales como el yoga y la meditación puede contribuir, qué duda cabe, al despertar de la conciencia. Sin embargo, observo desde hace años a personas que confunden el continente con el contenido. Se compran su incienso, encienden una varita en casa, se sientan en posición de loto en una esquina del salón y pronuncian la sílaba sagrada con convicción: ¡Ommm…! Como iniciativa está muy bien, lo que ocurre es que se quedan en eso, en el envoltorio. Luego me dicen: “Me pongo a meditar y me sienta genial. Respiro hondo y hago un repaso de todo lo que tengo en la cabeza: las tareas pendientes, las citas de la semana, la compra. ¡Lo organizo todo en un pispás! ¡Me va estupendo!” Pero, ¿meditar no era parar la mente?

El mercadillo de la espiritualidad ofrece tanta variedad de productos que ha ganado adeptos en todos los estratos sociales. Hecha la ley, hecha la trampa: a mayor cantidad de clientela, más valor adquiere el producto. ¿Y la calidad? Porque la espiritualidad va de eso, o al menos iba de eso. De ser, no de tener. Porque la meta no es el camino. Los métodos son caminos. A la meta sólo se puede llegar por uno mismo. De hecho, ¡cuántos rebeldes llegan por su cuenta, al margen de doctrinas y sendas trilladas! Las personas se compran experiencias ajenas y las clonan con el objetivo de obtener idéntico resultado que el autor de la técnica. La espiritualidad no funciona así. Si no, sería un fraude. La espiritualidad no encaja en los postulados neoliberales del capitalismo por más que sus cada vez más numerosas mercancías al alcance del bolsillo sí lo hagan. Pero eso es dar gato por liebre. Ya sabemos que la maya, o la mátrix, lo tergiversa todo, y eso confunde, claro, pero es que ese es justamente su propósito: confundir para dar a cada participante del juego la oportunidad de descubrir el engaño. ¿Dónde se ve mejor la luz que en la oscuridad? Pues esa es la función de la maya: engañar a los sentidos para que la conciencia despierte a la realidad superior, donde ya no hay engaño posible. Por eso, si tomamos al juguete por el instrumento de poder, al tótem por el dios, a la imagen por la realidad, nos vamos a llevar un buen chasco. El tarot no es mágico en sí mismo: son sólo trocitos de cartón dibujados. El poder está en la vida que alienta el significado de los símbolos. El poder está en nosotros.

Pensar el camino no es andar el camino, pero andarlo tampoco es garantía de nada. Si acaso, de perderse por el camino. ¡Pero es que eso también es bueno! Todo es para bien, y nadie que lleve un camino que no conoce está exento de perderse. Debe perderse para encontrarse. Es tan paradójico como verdadero. Cada ser es único y por tanto, ha de encontrar su iluminación según su propia vía. Seguir los pasos de Buda me va a ayudar a descubrir mi budeidad, ¡claro que sí! Pero el Universo te tiene reservado algo mejor, te lo garantizo, porque el Paraíso está diseñado a medida de cada alma, dado que cada alma tiene sus propias aspiraciones, aunque todas compartamos el anhelo de plenitud. El Universo te ama tanto que ha creado todo a tu medida. ¿Te vas a conformar con el nirvana de otro pudiendo gozar del tuyo propio?
En el hinduismo, al despertar de la conciencia, al culmen del proceso espiritual, se lo llamó de toda la vida liberación. Porque supone la liberación de las cadenas que nos atan al mundo, es decir, al ego y sus mil y una trampas, y también la liberación de la samsara o rueda de reencarnaciones. No te liberas del mundo a través del mundo, o sea adquiriendo productos y conocimientos esotéricos, sino atravesándolo, pasando olímpicamente de atarte a lo que el mundo te ofrece. Hay que comer para vivir, desde luego, pero no vivir para comer. ¿Para qué hacerse esclavo del esoterismo? Es ponerse argollas en los tobillos. Si te desapegas del mundo, caminarás más ligero de equipaje. Como dice Yogananda: “¿Por qué malgastar tu tiempo en deseos inútiles? Es una tontería pasar la vida buscando cosas que debes abandonar al morir.” Vivir es prepararse para la muerte, para no volver aquí. Eso no se logra acumulando información sobre reptilianos y naves extraterrestres, o atiborrándote de canalizaciones pleyadianas. Esas son flechas que apuntan al camino, pero no son el camino. El camino eres tú.