Juan Sin Miedo fue un campesino que vivió en la Baja Sajonia de mediados del siglo XVIII. Seguro que te suena su nombre, porque con el correr del tiempo se hizo famoso. Tanto que los hermanos Grimm, dos eruditos germanos de reconocido prestigio que recopilaron cuentos y leyendas populares de su país, quisieron dejar constancia escrita de su historia en un libro. Así es como Juan Sin Miedo acabó por convertirse en una celebridad en los cinco continentes. El libro de los hermanos Grimm lleva reeditándose desde hace más de cien años en multitud de idiomas por su espléndida acogida. Muchos lo hemos leído siendo niños junto a otros de sus títulos más aplaudidos: Blancanieves, La Cenicienta, Hänsel y Gretel, La Bella Durmiente…
Juan Sin Miedo es un chico que no conoce el miedo. No sabe lo que es. Un buen día decide emprender un viaje en su busca. ¿Lo encontrará? No te voy a destripar el argumento, por si acaso te tienta leerlo. Puedes encontrarlo en Internet en un periquete. Sólo te voy a contar que Juan Sin Miedo se enamoró, se casó y tuvo un hijo.
El hijo de Juan Sin Miedo fue Juan Sí Puedo. Teniendo el ejemplo de un padre que no tenía miedo a nada, él creció alimentando su fe en su capacidad de hacer lo que fuera preciso sin achantarse ante ningún contratiempo, sintiendo constantemente que podía hacer cualquier cosa que se propusiera. Y lo cierto es que llegó muy lejos, gracias sobre todo a su buena aptitud.

Con el tiempo, descubrió que la clave de su éxito no era tanto su confianza en sí mismo, como su forma de afrontar la adversidad. Donde otros se rendían, él jamás se arredraba, porque hallaba un placer inconmensurable en aprender. Para lograrlo, requería buena disposición, humildad, paciencia y tenacidad. Sin ellas, no aprovechaba la lección que ese obstáculo que todavía no sabía superar le enseñaba.
De esta manera, Juan Sí Puedo se dio cuenta de que su talento no se debía a un don innato, como creían quienes le envidiaban y pensaban que para él estaba tirado superar un escollo que a ellos, sin embargo, les costaba una barbaridad. No, se debía principalmente a su plácida aceptación de cada hecho tal y como era, tal y como se presentaba. Él lo acogía de buen grado y hasta agradecía la oportunidad de evolucionar que el obstáculo le brindaba, porque, para Juan Sí Puedo, cada problema, al revés de constituir un estorbo, era un aliado, un maestro.
Se había percatado de que justamente habían sido las piedras del camino las que le habían mostrado que detrás de un simple tropiezo hay a veces un tesoro, porque nada es lo que parece y un camino sin baches exigía tan poco de quien lo andaba que, por fuerza, a cambio tampoco le aportaba nada.
Cuanto más se complicaba el sendero, más interesante se ponía y más avatares deparaba. Por eso sabía que su padre, Juan Sin Miedo, había sido feliz en la época en la que recorrió el mundo en pos de su sueño. El camino era una escuela de vida que se valía de unos manuales llamados inconvenientes para impartir sus asignaturas. Para él, lo que otros catalogaban como tropiezos y trabas despreciables, eran piedras preciosas.
Sin el concurso de las que le salían al paso, él no hubiera crecido, no se habría elevado sobre sí mismo, no se habría transformado. Se habría quedado siendo un pelagatos, un monicaco, alguien pequeño y sin grandeza, un don nadie, el insignificante hijo de un prohombre que había trascendido por no conocer el miedo.
Juan Sí Puedo había sabido adaptarse a las circunstancias para sobrevivir a ellas. Había descubierto que el truco para salir airoso de un atolladero era verlo como un reto, un juego. O sea, algo con lo que te diviertes o al menos disfrutas, como cuando arreglas un cachivache estropeado mano a mano con un amigo. Esta forma de apreciar las cosas, le había hecho desarrollar un afecto cordial hacías ellas, independientemente de si eran fáciles o difíciles, buenas o malas, dulces o amargas. Su participación en el mundo consistía en poder hacer lo que se proponía con simpatía, con la mejor de sus sonrisas, su mejor ánimo, vamos. Era su forma de contribuir al bienestar de la comunidad, su medio de dar su amor al prójimo. El poder de Juan Sí Puedo era cuestión de inteligencia, cierto, pero sobre todo de corazón, de una disponibilidad de ánimo a fluir, en confianza, con lo mejor que podía suceder en cualquier circunstancia. Y quizá, bien mirado, la mayor inteligencia sea el amor.
Pasó a la historia como Juan Sí Puedo, porque siempre podía hacer todo. Juan, ¿puedes hacer esto? Sí, puedo. ¿Juan, puedes hacer esto otro? Sí, puedo. Y así fue forjando su leyenda.
Y así también llegamos hasta la tercera generación, al hijo de Juan Sí Puedo, el nieto de Juan Sin Miedo, que es conocido con el sobrenombre de Juan Sí Quiero. Fue el más libre y el más flamenco de los tres, porque vivió única y exclusivamente para hacer siempre lo que quería. Ojo que, para él, hacer lo que le daba la gana no significaba hacer lo que le apetecía al buen tuntún, no, sino hacer lo que tenía que hacer con la convicción de que en ello radicaba la más alta expresión de su propia voluntad.

En su infancia y durante su juventud fue volátil y casquivano, claro que sí, como cualquier muchacho de su edad, pero pronto se cansó de andar como un perrito faldero detrás de los caprichos que a su deseo se le antojaban a cada momento. Eso le hacía sentirse como un bobo, un esclavo de una parte muy presuntuosa de sí mismo. ¿Qué sacaba él obedeciéndola como un primo? ¿Volverse más bobo? No le veía sentido.
Así que pronto descubrió que la libertad real consistía en ser él mismo sin dejarse llevar por toda esa patulea de anhelos vacuos, ambiciones desmedidas, intereses mezquinos, ilusiones pasajeras, pretensiones infundadas, etc., que encima no tenían nada que ver con él. Era apenas distracciones, pasatiempos para engañar a una sed que sólo se saciaba en el manantial de la trascendencia.
Vivir pendiente de todos esos impulsos te cegaba a la vida auténtica, donde apenas había una verdad de la que responsabilizarse: la propia felicidad, que sólo es posible alcanzar a partir del autoconocimiento. Si sabías quien eras, entonces sólo hacías lo que querías, porque no te equivocabas al elegir.
De modo que a Juan Sí Quiero sólo se le antojaba hacer única y exclusivamente aquello que era mejor para su propósito de vida: ser su verdadero yo. Su gran hallazgo fue comprender que ejercer el libre albedrío consiste, ni más ni menos, que en hacer lo que tienes que hacer con alegría, en la seguridad de que es lo mejor para ti y para todos los implicados. Y claro, como siempre que hacía lo que debía estaba haciendo lo que quería, siempre hacía lo que quería. Por eso se le terminó llamando Juan Sí Quiero, por su total fidelidad y compromiso consigo mismo.
Si hoy he sentido la necesidad de contaros la historia de los tres Juanes, es porque representan a la perfección tres estados del proceso del despertar: vivir sin miedo, asumir el propio poder y abrazar la verdadera naturaleza del ser. Los tres siguen su intuición, los dictados de su alma; escuchan a su corazón y actúan en consecuencia, siendo coherentes con lo que piensan y sienten. Viven en conexión consigo mismos, por eso son un bello ejemplo a seguir.