«Soy feliz pero no perfecta» es la frase que hay escrita, en inglés, en la funda de mis gafas. Hace años que la tengo y el otro día me vino como un flash a la cabeza mientras le hacía una Lectura de Alma a una clienta. Perseguir la felicidad y aspirar a la perfección son los dos objetivos prioritarios de una especie de campaña pro-optimismo que padecemos a nivel mundial. Su ideario defiende un tipo de pensamiento positivo que anima a amarte, a aceptarte, a empoderarte, a tener todo lo que deseas, a sonreírle a la vida, a perdonar y, por encima de todo, a dar una imagen de «no me soporto de lo perfecta que es mi vida» bastante difícil de digerir.
No sé hasta qué punto lo que nos venden hoy día como «felicidad» y «perfección» es real o es una utopía, una falsa ilusión creada desde la ingenuidad de un pensamiento mágico que cree en la perfección del mundo, cosa que no es cierta. No podemos ser perfectos cuando vivimos en un ecosistema que no lo es. Por mucho que la naturaleza sea perfecta, también causa sufrimiento. No podemos ser felices, si siempre hay algo que amenaza nuestra vida, nuestra estabilidad emocional o económica. Es imposible.
La felicidad no significa ser feliz y perfecta veinticuatro horas al día
Concebir la felicidad como un estado del ser, no como algo que vas a conseguir a través de un medio, no es fácil, principalmente porque estás educada en que es la consecución de un elemento externo lo que te va a proporcionar un estado de ánimo positivo interno. Falso. La verdad es mucho más simple: tú eres tu estado de ánimo. Tú decides siempre cómo te quieres sentir ante cualquier situación. No puedes tener el control de tu vida, si no sabes gestionar tus emociones, y eso es algo que muy pocas personas comprenden por la sencilla razón de que no están educadas emocionalmente.
Es muy alentador pensar que se puede ser feliz, pero también es muy angustioso no saber cómo hacerlo. Se habla mucho –y se escribe todavía más– sobre ello. Parece como si, de golpe, todo el mundo fuera un maestro consagrado en el arte de la felicidad, como si media humanidad hubiese «despertado», cosa que dudo, y conociese la receta infalible de una panacea que tú no logras ni tan siquiera vislumbrar.
Ser feliz no es fácil, pero tampoco es imposible. Ser perfecta sí que es imposible. Lo que pasa es que el modo en que muchas personas venden la felicidad es pura fachada. Es una idealización de la felicidad resultado de creer en una vida perfecta. Y la felicidad la puedes sentir dentro de ti en cualquier momento, indiferentemente de todo lo que te rodea.
Ser feliz es el resultado de un proceso interno. Querer ser perfecta es buscar el reconocimiento externo.
Reiniciar el sistema de creencias grabado en nuestro ADN y vaciarlo de las memorias antiguas adheridas a nuestros genes desde hace miles de años es una ardua tarea. Al cúmulo de información ancestral se suma, además, la carga emocional que cada persona arrastra, un sueño de la razón que produce monstruos imaginarios que acechan desde las sombras y de los que a la mente común le cuesta horrores deshacerse. Necesitas fuerza de voluntad y constancia para desmontar el personaje que crees que eres.
Me parece deshonesto vender la felicidad como un cliché, como un «hágalo usted mismo» facilón, porque requiere de un proceso interno de transformación personal al que es complicado enfrentarse, sobre todo cuando no se dominan las herramientas adecuadas para ello. Lo primero que necesitas para poder trascender patrones emocionales y mentales es saber quién eres realmente.
En muchas ocasiones, en el camino del desarrollo personal, lo que te acaba pasando es que vas de un lado para otro dando tumbos y regalando tu confianza a unos y a otros en pos de hallar la fuente de la felicidad sin obtener resultados. Quieres beber de ese manantial fecundo como Astérix de su poción mágica para convertirte en todo eso que crees que no eres porque piensas que de esa manera serás feliz.
Pero la felicidad no está en ser lo que no eres, sino justamente en todo lo contrario, en ser única y exclusivamente lo que eres. Por eso, en tu constante peregrinaje, solo consigues que tu vida se reduzca a una búsqueda agotadora y decepcionante de una quimera sin sentido.
Ya eres perfectamente feliz y no lo sabes
Ya eres feliz, la felicidad habita en ti desde siempre, lo único que tienes que hacer es dejar de pensar que vas a llegar a ella de forma fácil. ¡Ah, y ponerte las pilas! Aprende más sobre cómo eres, no te dejes embaucar por soluciones mágicas ajenas, por cómo otros se lo montan para lograr ser ellos mismos, porque al final muchas personas que te venden la felicidad no son felices, solo venden su propia idealización de la felicidad. Y eso es ego. Y si das ego, recibirás ego. La felicidad no es un estilo de vida, no es lo que enseñas a los demás para demostrarles lo perfecta que es tu vida y lo feliz que eres, es algo más importante, es la alegría de vivir y eso se siente, se intuye, y no se puede vender, ni intentar aparentar.
No busques fuera, autoobsérvate, haz un viaje al interior de ti misma, descúbrete. Así será como aprenderás a quererte.